Caracas

Caracas es un de esas ciudades q al principio no me llamaba nada la atención, de hecho solo pensaba estar un par de días y salir pitando. Nunca me han gustado las capitales, y me siguen sin gustar, pero en Caracas había algo que me llamaba.
Quizás fuesen los verdes cerros q rodean la ciudad, o desayunar nada más llegar unas empanadas de mechá y una malta, o quizás encontrar en Chacao un lugar tranquilo donde sentirme como en casa, y convertirse en el lugar perfecto para descubrir la ciudad.
Poquito a poco Caracas y su ritmo loco me fue capturando y un par de días se convirtieron en 5 inolvidables días, donde pude sentir la ciudad y conocer a personas increíbles.
A pesar de que no es una ciudad fácil por sus cortes de eléctricidad, y su delincuencia a partir de ciertas horas, usando el sentido común me desplazaba de un lado a otro sin temor, pero con precaución.
Aunque lo que realmente temía eran el estado de las aceras y sus alcantarillas mal tapadas. Pero bueno, eso era otro tema aparte, el alto nivel de hostilidad de las infraestructuras urbanísticas.

Las calles, más allá de las céntricas de Caracas , que efectivamente habían inaugurado recientemente un pequeño circuito de Baldosas Podotáctiles, con placas metálicas en braille que informan de las intersecciones, y de que la mayoría de los pasos de cebra tenían aceras rebajadas, las demás, están en un abandono absoluto, invadidas por vegetación o simplemente en muy mal estado, de hecho, estuve a punto de meter el pie en varias alcantarillas sin tapa.
Además me he dado cuanta al caminar con mi bastón, que hay un desconocimiento sobre su significado, y creo que es debido a la falta de conciencia social sobre la discapacidad, y esto no solo ocurre aquí, pasa también en otros países, y se arreglaría saliendo más a la calle y dando visibilidad a la discapacidad visual.
Pero bueno, vamos a empaparnos un poco de Caracas que a eso también hemos venido…
Después de desayunar unas arepitas con huevo perico, y ya con el estómago bien lleno, me fui para el metro y le puse dirección al centro histórico.
La discreta megafonía del metro anunciaba mi primera parada, Plaza Venezuela. Es el corazón comercial de Caracas, con amplias calles peatonales y negocios por todos lados. Sentía que debía dejarme llevar por la multitud y perderme por sus calles.

Sin duda alguna lo mejor del Boulevard son las cocinas ambulantes de perros calientes y Golfeao que había en cada esquina…. Y como no, ahí estaba yo probando cada una de ellas.
En la parada de metro de El Capitolio, me encuentro con El Silencio, una de las joyas arquitectónicas de Caracas. Encontré rincones tan bellos como la Plaza Bolivar, su alcaldía y su Teatro Nacional. Pero a la vez se convierte en un auténtica gynkana esquivando a vendedores de mil cosas.
Fue una experiencia brutal sentir el bullicio del tráfico, el corre corre de la gente, cruzar en modo kamikace las calles….Era una sensación que me enganchaba, quería más y más,
Era curioso, porque fue subir al Calvario y encontrar la paz. La burbuja perfecta para desconectar y evadirme de tanto ruido y contaminación paseando entre sus jardines y árboles. Con el Arco de la Federación presidiendo la colina y unas vistas de la ciudad al atardecer que te hacen sentirte especial.
Después tocaba lo más divertido, bajar en plena noche, por esos 90 escalones de vértigo, con sus luces de Neón dando vida a la bandera nacional. Al principio me daba un poco de yuyu, pero al segundo peldaño ya lo tenía todo controlado, y me deje llevar por ese momento tan lindo, y a disfrutar!!

Y llego lo que más me gusta hacer cuando estoy de viaje, perderme por los coloridos y sabrosos puestos del Mercado de Quinta Crespo. Montañas, Aguacates, Mangos, Lechosas, Parchita, Guayabas y cientos de frutas que se me hacía la boca agua al verlas.
Los vendedores vociferaban sus productos y me regalan duraznos para pasar el calor, y ya aprovechaba para hablar con ellos y que me explicaran que era cada cosa….. un verdadero placer de la vida, os lo aseguro!!
Como veis, Caracas me engancha, y los caraqueños mas, y aquí fue donde tuve el privilegio de conocer a dos grandes personas, y empezar a profundizar y trabajar más en ese proyecto que tanta ilusión le tengo, no es otra cosa que conocer la realidad de la discapacidad visual en venezuela, y la mejor forma de hacerlo es de la mano de sus protagonistas.
Él es Orlando Abreu, un caraqueño de 28 años que nació con una Amaurosis Congénita de Leber, por la cual sólo tiene un 5% de visión. Se licenció en Comunicación Social, y actualmente es el Coordinador Técnico en Discapacidad en el Municipio de Baruta, al norte de Caracas.
Tuve el privilegio de estar con él en su oficina, conocer a su gran equipo

, ver la gran labor social y humana que hacen, y sobre todo, pasar un gran día con ellos con el mejor broche final que se puede tener, almorzar todos juntos en el Restaurante Victoria, propiedad del amigo Pedro.
Y bueno, que ocurre cuando dos locos y dos disfrutones de la vida, como somos Orlando y yo, nos juntamos???…. Ya os lo imagináis, otra locura de las nuestras.
Quedamos bien tempranito en Sabas Nieves para subir al Cerro del Avila. La cordillera montañosa que rodea Caracas, y obviamente no lo íbamos a subir en teleférico. Agarramos nuestros bastones, y con la ayuda de su esposa y de Vianney, empezamos a subir.
Yo pensaba que iba a ser un paseíto campestre, rápido y sin complicaciones, y por eso no llevé nada de agua, y solo un bastón de trekking, pero bueno, lección aprendida.
Fue pasar el túnel de entrada y el camino empezar a entreverarse cada vez más. No hablo de que sea dificultad extrema, pero lo justo para que dos cegatos se las viesen canutas para subir.

Era una subida en zig zag, con cierta inclinación, y dividida en 9 partes. Las 3 primeras eran fáciles, sin demasiadas complicaciones, pero a partir de ese momento se nos cambió la cara a mi hermano y a mi.
Empezaron a parecer pendientes más pronunciadas en las que nos costaba subir, zanjas de por medio que no identificaba, raíces y piedras.
Menos mal que la esposa de Orlando y Vianney nos iban indicando por dónde pasar y dónde pisar. Pero aún así, en más de un momento tuve que echar mano de otros senderistas para continuar.
No dejábamos de subir y subir. Orlando y su esposa iban delante y Vianney y un servidor a unos pasos detrás. A estas alturas del camino, el cansancio y el calor ya hacia mella, y nuestras caras eran un poema.
Pero por cabezonería nuestra y por el empuje de las damas, lo conseguimos.

Tras dos horas de dura subida logramos llegar a lo más alto del cerro.
El calor y la sed me mataban, y no podía ni con mi cuerpo. Pero saber que lo habíamos logrado y el abrazo que nos dimos, por lo menos a mi me quitó todo el dolor .
Ahora tocaba buscar una buena sombra y descansar un buen rato, con Caracas a nuestros pies como premio.
La bajada ya fue otra cosa, más fácil, era otro camino menos técnico y menos duro, pero donde las rodillas sufrían de lo lindo , afortunadamente, los árboles y el riachuelo lo hacían mucho más fresquito y llevadero.
Y bueno, como dicen los montañeros, no se corona una cima si al bajar no se abren unas cervezas. Dicho y hecho, nos fuimos para la zona de Bellas Artes, a un pequeño restaurante local, a por un cubo de Polarcitas, unos tequeños, un cochino frito…. Y que no falte la música, Nos lo merecemos!!!!
Con Orlando la conexión fue de 10. Es una persona que da gusto escucharla y con el que se puede conversar de todo.
Pero ahí no queda la cosa, a los pocos días me invitó a casa de sus padres, y tuve el gran placer de conocerlos. Pasamos la tarde entera hablando de Venezuela, de la vida y sobre todo, de la realidad de la discapacidad en el país, y lo que aprendí fue brutal.

Me abrieron los ojos y vi otra realidad muy distinta a la que estoy acostumbrado a ver en España.
En este lado del charco hay pocas asociaciones que ayuden al discapacitado visual, así que son ellos mismo los que se tienen que ayudar mediante el boca a boca y la ayuda desinteresada.
Y es q la familia hace un papel fundamental en estos casos, y son un pilar básico en la adaptación y avance de sus niños y niñas.
Como es el caso de Natalia y Jose, dos caraqueños de un corazón grandisimo. Ellos son papis de una niña maravillosa que me robó el corazón a primera vista con su gran sonrisa y amor. Mi princesita se llama Valentina y tiene baja visión.
Con la mano en el corazón os digo que ese día en el Parque del Este fue un regalo de la vida. Nunca pensé que iba a estar con unas personas tan bellas.

Y es por eso por lo que doy gracias a las redes sociales por juntarnos este camino de lucha por la visibilidad.
Estando en Caracas, su súper mami Natalia me contactó por Instagram para ver si nos podíamos ver, porque Valentina tenía muchas ganas de conocerme en persona, ya que su mami le iba contando mis aventuras por el mundo, y para ella me había convertido en una inspiración y motivación.
Pero lo que ella no sabe, es que fue Valentina la que me dio un chute de vida y fuerza para seguir con mis locuras, porque el simple hecho de que mi mensaje le haya llegado a una sola persona, para mi es el mejor premio q puedo recibir.
Desde ese momento Valentina se ganó mi corazón para siempre, y sus papis me tendrán para todo lo que esté en mis manos. Porque unas personas como ellos se merecen todo lo mejor.
Gracias Caracas por todo lo que me has dado y por todo lo que he aprendido
Canaima y el Salto del Angel

Emoción, nervios, ilusión, y como no…. Una noche sin dormir….
Mi vuelo despegaba a las 8:30, y las 6 en punto, José Manuel ya estaba abajo esperándome para llevarme hacia el aeropuerto de caracas.
Aún no me creía estar delante del mostrador de facturación donde ponía bien grande, vuelo xx1234 con destino Canaima. No sabía si aún estaba soñando o era verdad, pero los dos cafés que llevaba en el cuerpo y esos nervios, me decían que era verdad, y por si aún había dudas, la chica del mostrador por fin me dio mi tarjeta de embarque con el asiento 16f.
Tras poco más de una hora de vuelo, y en plena aproximación al aeropuerto de Canaima, el paisaje era brutal, un verde intenso e infinito, recortados por pinceladas azules dominaba mi vista, y sí, eso era el Amazonas, lo tenia ante mi.
Nada más bajar de ese Embraer 190 de Conviasa, la primera bienvenida fue una bofetada tremenda de humedad y calor, pero estaba donde quería estar y todo era bonito.

Aunque no todo, siendo sincero, tenía miedo por ver cómo me iba a manejar en ese terreno tan hostil para mi. Digamos que la selva no es muy accesible, y no debe serlo. Me tocaba poner mis 3 sentidos y medio sobre el terreno y adaptarme rapidito.
Para ello, me ayudó mucho que mi alojamiento fuera @waku, gracias a ellos conseguí alcanzar mi sueño, ellos me hicieron sentir como en casa y me guiaron hasta lograrlo.
Encontré esa confianza y esa seguridad en Jorge Luis, él me aportaba todo lo que necesitaba para subir. Él es un hombre de la selva de puro corazón, gran conocimiento, que ama su trabajo y te lo trasmite en cada pisada y en cada palabra.
A veces nos creemos que subir una cima o alcanzar un reto para una persona que no ve bien es imposible, pero yo os digo que no lo es. Simplemente consiste en dar con la persona adecuada, y yo encontré en @waku y en Jorge Luis esa persona.

Atravesé cascadas de ensueño y me sumergí en ellas. Subí y baje rocas resbaladizas en calcetines y caminé entre pequeñas pozas de agua bajo la atenta mirada de tepuis milena
Estando ahí me sentía vivo, era feliz….
Al día siguiente, en plena oscuridad, la curiara zarpó y empezamos a subir río arriba. Jorge Luis me contaba historias sobre el río Carrao y como es la vida sobre esa autopista de aguas negras.
Tras 5 horas en curiara por el Carrao y el Chucrum, navegando entre unas aguas mansas y otras que nos empapaban por su bravura, llegamos al refugio de @waku en un lugar privilegiado y único.
Y ahí lo tenia ante mi, el Salto del Ángel se escondía entre las nubes dándome una tímida bienvenida…. Pero podía oír y sentir su grandeza.
No me podía creer que lo tuviera ahí enfrente. Los ojos me brillaban de ilusión como a un niño chico, mientras contemplaba como el agua que caía desde lo alto del tepuy desaparecía entre ese océano verde.

No había tiempo para sentimentalismo, un potente almuerzo me terminó de recargar, me tocaba dar el primer paso y afrontar la parte más dura de este viaje. Sabía que lo iba a lograr, pero también que no iba a ser nada fácil y lo iba a sudar.
Jorge Luis y yo nos separamos del resto del grupo para que pudiese ir a mi ritmo, y de repente la selva quedó solo para nosotros.
Me sentía minúsculo ante tal grandeza, los interminables árboles no dejaban pasar la luz, mirase donde mirase, la vegetación me rodeaba y el grito loco de los guacamayos se convirtió en mi banda sonora, mientras la humedad y los mosquitos me machacaban.
A cada zancada el camino se iba haciendo más duro.
Jorge Luis y yo caminábamos al mismo paso, el delante y yo detrás. Despacio pero seguro. Me indicaba cada obstáculo y donde pisar.

Crucé ríos, pantanales donde el pie se me hundía en fango hasta el tobillo, atravesé alfombras de raíces y piedras húmedas, subí por rocas de vértigo casi tan grandes como yo….
Y de repente, tras casi dos horas de duro camino, cuando el cansancio ya me estaba pasando factura, Jorge Luis me detiene en seco, me coloca en un punto determinado y me dice que dirija mi mirada hacia mis doce para luego empezar a levantar mi vista lentamente….
No sabía lo que ocurría ni lo que había allí…. Pero obedecí
Tras unos segundos con las vista puesta en un punto determinado, empecé a vislumbrar algo lentamente, hasta que de repente mis ojos se abrieron como platos ante esa belleza
El Kerepakupai Vená estaba ante mi, lo veía y lo escuchaba rugir, y una sensación indescriptible me recorrió de arriba a bajo hasta hacerme brotar una lagrima.

Pero quedaba un último tirón para el apoteosis final….
Escalé como pude por unas rocas, no sabía ni por dónde hacerlo, pero la emoción era la que me llevaba…
No me lo podía creer, ya casi lo tenía….

Siiii!!!!
Cuando me quise dar cuenta, ya estaba sobre la última roca. Jorge Luis me esperaba junto a mi trono de piedra.
Jorge Luis se alejó durante media hora dejándome a solas con tal maravilla de la naturaleza. Momento íntimo e inolvidable, Místico y real.
No dejaba de mirarlo boquiabierto mientras el rugido me ensordecía y el agua fría que caía sobre las rocas salpicaba mi piel.

Me sentía el hombre más feliz del mundo y a la vez orgulloso de mí. Había logrado llegar hasta donde muchos creían imposible por mi baja visión, através de un terreno salvaje, pero gracias a @waku , a Jorge Luis, y a mi cabezonería, había hecho realidad algo que soñaba desde chico.
Mérida

Llevo 15 días viajando por Venezuela y este país no deja de sorprenderme.
Después de enamorarme de esa gran urbe que es Caracas, de sentir la magia en Canaima y la grandeza del Salto del Ángel, me dirijo hacia el oeste del país, hacia el corazón de la Cordillera de los Andes, concretamente entre la Sierra de la Culata y la Sierra Nevada que vigilan a esa pequeña gran ciudad.
Su clima andino, arquitectura colonial, sus altas montañas, sus lagunas místicas y esos paisajes sólo se encuentran en este rincón del país, hacen que Merida sea única y tenga un encanto especial.
Merida vive a su ritmo, sin nada que ver a sus hermanas mayores Caracas o Maracaibo. Ella es tranquila y relajada, una ciudad que te absorbe y te hace ir a su ritmo pausado.
Por todo eso, y por más que ya os iré contando, Merida me enganchó mucho y salí de allí con la sensación de que esa ciudad esta hecha para mi.

Llegar allá no fue sencillo, lo que en un principio iba a ser un sencillo viaje en bus de 13 horas desde la Terminal de La Bandera en Caracas, se convirtieron en 23 horas de viaje. A veces el guionista de este viaje pone a prueba mi paciencia rompiendo puentes por la crecida de los ríos e impidiendo el paso de los carros.
Son cosas de los viajes y nunca me enfado, y para que os voy a engañar, disfruto con ellas por mucho que mi espalda y mi culo me digan lo contrario.
Al llegar a la Terminal de Merida con 10 horas de retraso, allí me estaba esperando mi anfitriona Patricia con una sonrisa tremenda. Ella es Peruana, lleva viviendo acá casi 25 años y también es una mujer de mundo. Eso hizo q la conexión fuese rápida, y con conversaciones hasta altas horas de la noche a ritmo de unas polarcitas.
La primera noche me alojé en su propia casa, debía quedarme en su posada pero un problema con el agua lo hizo imposible, así que ella gustosamente me invitó a su precioso apartamento con una verde y colorida terraza, llena de plantas a cuál más bonita, con unas vistas hacia unas montañas donde me perdía en el horizonte mientras me tomaba mi café negro sin azúcar .
La casa estaba situada en una pequeña y coqueta parroquia a las afueras de Merida. A 5 cuadras cuesta abajo, estaba la plaza Bolívar del pueblo, con su iglesia de fachada impoluta, el monumento de rigor al amigo Simón, una gran arboleda, y como no, los paisanos sentados a la sombra, en sus bancos de hierro.

Para el desayuno Patricia me recomendó un lugar en concreto y muy especial, y ese rincón era Pastelitos La Parroquia, estaba en plena plaza y vendían los mejores pastelitos andinos y las mejores empanadas de pabellón que he probado, todo eso acompañado con una taza bien grande de café y un juguito de papelón con limón .
De vuelta a la que iba a ser mi casa. Una habitación privada en una preciosa posada familiar, en el corazón de Merida, quedando sola para mí, salvo un día que la compartí con 3 chicos venezolanos.
Ya totalmente instalado, era el momento de empezar a descubrir esta bella ciudad andina.
Las calles del centro eran de sólo un sentido, a sus lados casitas blancas de baja altura y postes eléctricos unidos entre sí por una telaraña de cables y barbaepalo.
Sus aceras eran estrechas, irregulares, y con pequeñas sorpresas en forma de mini escalones, aún así no tan caóticas y peligrosas como las que me encontraba por Caracas, pero eso si, tenía que estar atento, y no despistarme mirando sus golosas tiendas de fruta, chicha andina, o simplemente, su canto de sirena en forma regueton saliendo de dentro. Aún así, me sentía cómodo y seguro caminando por ellas, y que tuviera poco tráfico, ayudaba mucho.

Como antigua ciudad colonial que era, tenia su Plaza Mayor, y era el corazón de la ciudad, pero con el paso de los tiempos, y la independencia, se convirtió en plaza Bolívar. Aun se respira ese aire y ese toque de antaño. Esta encastrada entre edificios antiguos, callecitas pequeñas, museos y una bonita catedral.
Pero mi favorita era La plaza de la Heroínas, es una de las más famosa y siempre llena de vida. Con su fuente y la estatua en homenaje a las 3 merideñas que ayudaron a Simón Bolívar en su independencia.
Por si esa plaza no tuviera suficiente vida propia con los comercios de alrededor y el teleférico, los fines de semana ponen una feria de comidas y se llena de ricas cositas, a cuál más Sabrosona. Como el puesto de tortas que hacía la madre de Juan y vendía allí mismo. Tortas de alfajor con arequipe, tortas de oreo con chocolate negro, de fresas con crema…. Y obviamente no me resistí, me lleve un par de trozos.
Otra de mis paradas obligatorias, fue visitar el Mercado Principal de Merida. Como tenía que ir a la Terminal a comprar mi boleto para Barquisimeto, aproveché que estaba por ahí para ir a visitarlo y ver que se vendía por sus puestos. No era el Quinta Crespo de Caracas que con ese bullicio me cautivó, era un mercado mucho más sosegado y ordenado, pero también colorido y lleno de hortalizas, frutas fresca y más dulces típicos de Merida.

Entre puestos y puestos, al fondo de un pasillo veo algo que me llama la atención, camino hacia ese rincón y descubro un pequeño restaurante de 4 mesitas y una vitrina llena de comidas. No sabía que pedir, pero la camarera me vio en los ojos mis ganas de comer, y me recomendó una Pisca Andina con arepa y queso, y de segundo, un Pasticho…. Solo os digo que no pude cenar a la noche. Iba a reventar de tanta comida, y todavía me acuerdo de lo deliciosa que estaba esa Pisca.
Al igual de rico, estaba ese helado en la heladería de más de 1000 sabores, y no exagero, es una heladería con récord guiness por tener tanta variedad, y a cuál más extraña.
Pero no todo es comer en Merida, tuve la suerte de poder subir al teleférico más alto del mundo, que parece estar eternamente en mantenimiento, ya que sólo se podía subir a la segunda estación. Aún así es increíble el poder contemplar Merida desde las alturas.
En 12 minutos subes desde la estación base hasta la primera y única que pude visitar. Pero me bastó para disfrutar con las vistas, tomarme una cerveza bien fría, y sentir ese frescor andino mientras el sol me abrasaba a las alturas.
Y hablando de alturas y de frío andino, lo mejor de Merida está a más de 3.000 metros y en el corazón de los Andes.

Siempre he dicho que el frío, la niebla y las lluvias son un encanto, y hace más bonito y auténtico la montaña, y eso es lo que le ocurre a los páramos de Merida, más frío más bonito… o por lo menos eso me parece a mí.
La carretera sale de Merida y se convierte en todo curvas y cuesta arriba, atravesando pueblos sacados de un cuento de hadas, con sus fachadas de piedra, y carteles anunciando fresas con crema y chocolate caliente.
El primer pueblo que llama mi atención es Musuy y sus aguas termales. Si, habéis oído bien, aguas termales.
Desde hace dos años, un grupo de amantes de la naturaleza, armaron un colectivo para ayudar a la conservación y manteniendo de este enclave único en pleno Páramo.
Las aguas termales de La Musuy es un auténtico oasis escondido entre montañas y un remanso de paz con unas vistas sobre todo el valle impresionantes.
Con la ayuda de un guía local, conseguí llegar hasta arriba después de una hora de caminata. Primero, una cuesta me dejo sin aliento, y después, un paseo por las alturas, sobre la cresta de la colina. Con todo el paramo bajo mis pies hacía que no mirarse a los lados, solo donde iba pisar, para que el vértigo no me bloquease.

Pensaba en estar en remojo y nada más
Cuando llegue ahí arriba, con el agua humeante y cargándome de energía mientras contemplaba tal belleza, solo podía pensar en lo impresionante que es y que no me quería marchar de allí en todo el día.
Pero había que continuar, deje atrás las aguas termales con mi cara de felicidad, y continué la carretera rumbo a mas altura y más frío.
Por el camino fuí encontrando de todo, una pequeña y preciosa capilla de piedra, donde los niños recitan su historia en verso a cambio de una propina.

También conocí la historia de amor de La Loca Luz Caraballo.
Y es que el Páramo tiene de todo. La Laguna Mucubají es uno de esos lugares lleno de belleza. Es pura magia y pura mística, con historias de duendes traviesos, y un ambiente fantasmagórico con su manto de niebla casi perenne.
Y es que a pesar del frío, la lluvia y la niebla, el páramo me volvió loco.

Por estas cosas pienso que Merida es una ciudad hecha para mi y para mi ritmo. Ojalá la vida me traiga de nuevo por estas tierras y siga enamorándome de ella.
Pero como siempre digo, el viaje continua
Falcón

Y de nuevo otro cambio de estado, dejo los fríos Andes y la colonial Mérida, para ir adentrándome en las cálidas tierras del estado de Falcon en busca de sol, playas y mar.
Pero no lo haré de manera directa y corta, Sino buscando la belleza de lo retirado y la auténtica Venezuela, aquella de pueblos serranos, pequeñas casas blanqueadas con cal y quebradas en sus cerros.
Tras 9 horas de autobús y varias alcabalas, llegó a Barquisimeto, no era mi destino final, pero si una ciudad en la que cambiar el autobús por un carrito, y reponer fuerzas a base de empanadas y café para la segunda parte del camino.
Me tocó esperar otras 5 horas a que se llenara el carro, y ahora sí, empezamos a rodar por esas carreteras maltrechas y llenas de curvas, pero de una belleza increíble.
En este momento, mi cara se empieza a iluminar cuando el conductor me dice que estamos llegando a Churuguara, y ese sí que era mi destino final.
Un pueblo serrano, rodeado de bellos cerros verdes, con cuestas que quitan el aliento y pequeñas casitas blancas.

Lo bonito de mi forma de viajar es que es lenta y sin prisas. Ya no solo por mi curiosa forma de ver el mundo, sino simplemente porque me gusta dejarme llevar y fluir.
A algunos les puede parecer lenta y aburrida, pero para mi vivir el momento y la fórmula perfecta para conocer un lugar y su gente.
Hay sitios en los que pienso estar un par de días y al final se convierten en mi casa, y me cuesta marcharme de allí.
Así es como le encuentro significado a esto de viajar, y Churuguara se ha convertido en mi casa.
Churuguara es un lugar muy especial con un encanto más especial aún.
A los paisanos les encanta pasear por su plaza y sentarse en cualquiera de sus bancos a intentar arreglar el mundo…. un secreto, a mi me encanta verlos, compartir frases y aprender de ellos esa forma tan linda que tienen de ver la vida.

También les encanta ir a cualquiera de sus dos pastelerías a comprar pastas secas, o pan de azúcar o una tarta de manzana para comérselas en casa de algún vecino mientras beben una taza de café bien humeante.
En Churuguara las puertas de las casas siempre están abiertas . Los paisanos van de casa en casa saludando y llevando cositas a los amigos.
Me encanta el ritmo de aquí, las mañanas son tranquilas pero las tardes se desmadran con música y alegría.
Y sabéis que es lo mejor que me ha podido pasar en este pueblo???? Celebrar mi 43 cumpleaños entre tanta gente querida y sentir todo su amor. Ese ha sido el mejor regalo de cumpleaños de podía tener.
Lo que he sentido en este pueblo no tiene nombre. Tanto cariño y tanto amor hace que Churuguara y su gente siempre estén en mi corazón.

Así son los viajes, y esta es la parte fea de ellos. Dejar un lugar que sientes que es tu casa y a tanta bella gente, pero hay que seguir camino y aún me queda mucha Venezuela por ver.
Con los primeros rayos de sol, sale mi carrito con otro destino.
Ahora si, voy buscando el el sol tropical, sus playas y , para que nos vamos a engañar, el calor abrasador.
La península de Paraguaná me espera, y Punto Fijo será mi casa por las próximas semanas. Será una parada para reponer fuerzas, y a la vez para trabajar.
Digamos que Punto Fijo no es de lo más bello de la península, pero su gente si me lo hace sentir.
Carirubana con sus playas escondidas de agua cristalina, días de tormenta dura con sabor a caldereta de marisco y a rey a la marinera….

Que más puedo pedir???!Estos rincones y estas vainas, hacen que me relaje y vengan a visitarme las musas de la inspiración a visitarme para iluminarme con estas palabras, y a la vez, darme un hasta pronto de este rincón.
Dejo Punto Fijo y Coro me recibe con más calor con esa lluvia tropical que tanto me gusta. Esa que te empapa y a los 5 minutos ya estas de nuevo sudando.
Así de caprichoso es el clima acá.
Pero bueno, vamos a lo que vamos, con los últimos rayos de sol me recibe la que fue ciudad más antigua de venezuela y la primera capital del país, con un puro y auténtico estilo colonial, rebosante de belleza.
A pesar de que ya oscurecía, dejo la mochila en la posada y salgo a descubrir esa belleza que tanta gente me había dicho, y no me quería ir a la cama sin ver algo.
Las calles medio oscuras y vacías del centro colonial se abren ante mi. Por suerte, las aceras están limpias de esa hostilidad que tanto había temido en otras ocasiones.

A paso ligero me dirijo hacia ese campanario que me marca el camino con sus luces. Y al doblar la esquina, me topo con la Iglesia San Francisco, vestida de muchos colores, con su pórtico abierto dejándome ver todo su interior.
Unos feligreses que estaban en la puerta de la Iglesia me dicen que detrás de un gran Te Amo Coro, y atravesando unos arcos de colores, encontraría la Catedral, iluminada de un blanco puro. Todos esos colores en la noche cerrada y en la máxima oscuridad daban un encanto especial, que hizo que me fuera a la cama con una sonrisa y una satisfacción tremenda.
No eran ni las 6:30 y ya estaba impaciente por ver Coro al natural.
Si de noche Coro me encantó, por el día, me termino de enganchar. Todo lo que ayer eran luces vivas, hoy son tonos cálidos, alegres y naturales.
La Iglesia San Francisco con sus naves de un tono naranja que me trasmitía calidez.
Pero ya podía ver mucho más que ese gran Te Amo Coro y esos arcos.

Los tonos blancos puros, azul libertad, rojo fuego y un verde esperanza dominan el centro histórico convertido en un abanico de colores.
Através de esa Alameda empedrada, y una plaza llena de árboles, me volví a encontrar de nuevo con la catedral, y seguía igual de blanca, pero más bella.
Al lado, la plaza Simón Bolívar empezaba a llenarse de mayores iniciando su rutina y su día a día charlando de sus cosas, mientras la ciudad empezaba a despertar.
Siguiendo el reguero de corianos, llegue hasta el Mercado Viejo. Yo pensaba que iba a ser un mercado cerrado, pero para mi sorpresa, eran varias cuadras llenas de vendedores con sus mercancías puestas sobre cajas de madera.
Vendían todo tipo de frutas y verduras, y sus voces retumbaban en eco por toda la calle, pisándose unas con otras.
Di un par de vueltas por el mercado, y antes de q empezara el calor fuerte, me tome un Jugo bien fresquito de melón, y me fui caminando para la posada.
Era ya la hora de agarrar la mochila e ir para la terminal.
La única buseta al día que salía para Adicora era a las 1, y no me quería arriesgar a perderla. Preferí irme con tiempo, y esperar tomándome un café.
Las buseta de acá son muy particulares. Me dijeron que salían a las 1, pero en verdad no tienen horario. Salen cuando realmente están llenas, y eso quiere decir, que hay gente de pie en el pasillo.
Mientras se llena, es curioso el vaivén de vendedores de chupis, galletas o mil cosas que se os puedan ocurrir que aparecen por ahí. Además de personas que recitan la biblia o músicos que se ganan la vida buscando unos bolívares entre buseta y buseta.
Parecía interminable, pero por fin llegué a Adicora. Un pequeño pueblo pesquero en la costa noreste de la Península de Panaguaná, famoso por sus playas de arena doradas, sus vientos, y como no, sus sabrosos pescados.
La buseta me deja en la carretera principal, pero sólo tengo que seguir la pequeña carretera hacia el pueblo, y a los pocos metros, llego a la playa, y a su bulevar.
Y junto a ellos, un par de filas de casas de colores alegran la vista al visitante, y digo yo que también a sus vecinos.
En Adicora se respira tranquilidad y ambiente de mar. De esos pueblos pesqueros que sin perder su tradición, se han sabido adaptar a la modernidad de manera correcta.
Antes de que saliera el sol, y con una lluvia suave, salí a dar un paseo por el bulevar y ver como despertaba Adicora.

Las calles estaban encharcadas de la lluvia que acaba de terminar, y empezaba amanecer. Sin nubes de tormenta y con amenaza de lluvia, apetecía mucho ver esas calles del pueblo aún vacías, sin negocios abiertos, y con cangrejos en las playas en lugar de visitantes.
Al final del Bulevar esta el antiguo faro de Adicora , una imponente figura en la junta del pueblo, de colores blancos y rojos, para así ser más visto. Y así es, porque a día de hoy es lo más visto en las postales del pueblo.
El faro ya no hace esa labor tan importante para los hombres de Mar, pero su belleza y su altura me hace pensar en sus buenos tiempos dando buen camino.
Y hablando de camino, y ya con el sol empezando a salir, callejeo entre casas y esquivando charcos, dando los buenos días a los pescadores que con sus cañas salen a pescar algo, o a los recién levantados como yo que buscan en fresco de la mañana.
Bordeando el espigón, llegando casi a los límites de Adicora, llego hasta donde parece que es una playa reconvertida en varadero, y efectivamente, un señor están esperando a que llegue la única lancha que salió a noche a faenar para comprar el pescado.
Más personas van llegado y reuniéndose en grupos y a lo que me dice otro señor que ya se acerca la lancha. Poco a poco, ese puntito en el horizonte se empieza a hacer más grande, hasta que se detiene a unos metros de la playa para empezar a guardar sus aparejos y muy lentamente sacar su pesca. Hoy tocaba comer pargo fresco a la plancha con un aliño receta secreta de vianney.
Han sido dias en Adicora de recarga de energía, de sentarme en el murito del bulevar a perder mi vista en el infinito mar y asimilar momentos de este viaje. Necesitaba días así en la playa para desconectar del mundo urbano y volverme a conexionar con ese mar que tanto necesito para renovar mis energías.
De vuelta a Coro y ya en plena cuenta atrás, son días de terminar unos trabajos pendientes y de conocer más a fondo la ciudad, porque Coro tiene mucho que ver, y se que todo no lo veré.
Pero había algo que no me quería perder. Cuando iba en buseta para Adicroa, justo a la salida de Coro, la carretera atravesó dos paredes gigantescas de arena fina. Al salir de ese túnel de arena consigo ver que detrás de esas paredes lo que hay es un mar de dunas, es el Parque Nacional de Los Médanos.

Son dunas de más de 20 metros de alto, formadas por arena traída por los vientos alíseos desde el Sahara. No me lo podía creer, tenia un pedacito de mi desierto amado en Venezuela, y estaba claro que allí tenía que ir.
Aprovechando que ya estaba bajando el calor, Anny, Zavala y Vianney me llevaron para ir a ver la puesta de sol y sentir esa arena bajo mis pies. Era algo mágico y una sensación increíble por ver ese sol ponerse y formar el casi eterno crepúsculo Corinano. Y allí que me senté a verlo hasta que ya se ocultó tras los árboles. Salí de allí con una sonrisa y una sensación de felicidad que sólo el desierto me sabe dar.
Tocaba brindar con unas zulias en la Barra del Jacal, uno de los restaurantes con mayor encanto de Coro, y decorado con gusto, restaurante propiedad del amigo Zabala que me enseñó cada rincón de su casa.
Y como no, imposible irme de Coro sin conocer su Vela y su atardecer.

Y para allá que me dio. Para los que no lo sepáis, la Vela de Coro es bulevar junto al mar, donde los corianos y corianas van a pasear junto al mar al atardecer.
Fue bajarme del carro de Zabala y salir corriendo por su bulevar de cemento, hasta pisar la arena de la playa.
La Vela de Coro es un sitio con historia, pisé esa misma arena por la que los barcos españoles llegaron a Venezuela, Esa misma en la que piratas y mercantes resguardaban sus naves de temporales, y esa misma arena, por la que Francisco de Miranda, entró e izó la que a día de hoy es la bandera nacional, y por este motivo, en su homenaje, se construyó este bulevar.
A día de hoy, La Vela es un puerto comercial que une Venezuela con las Antillas holandesas y demás islas de la zona. Y es por esa conexión histórica con las islas, por lo que su casco histórico tiene esa arquitectura, la cual, yo no tuve tiempo de ver.
Y bueno, después de ver ese pedazo de atardecer, y de camino a cenar algo, paramos en el gran paseo de la independencia.
Una preciosa zona, a las afueras de coro, perfecta para pasear, que los niños jueguen tranquilamente o cenar algo en los restaurantes de por allí.
Y para que os voy a engañar, a estas horas del día estaba ya muerto de hambre y como íbamos para la posada, les dije que me apetecía mucho brindarles unas pizzas en La Barra del Jacal. Ellos se lo merecen y quiero invitarles, porque se merecen eso y más.
Escribo estas líneas desde mi habitación en la posada, y os voy a confesar una cosa, no se que pasará mañana.

Os cuento esto con un pellizco en el corazón, y anoche hasta solté una lagrima de rabia por la impotencia que tenía encima.
Por un mal ajuste de presupuesto, llevo varios días casi sin efectivo, apurando mis últimos 25$ como puedo. Por suerte el alojamiento lo tengo pagado hasta mañana, y lo podría alargar un día más.
Mi plan de viaje es continuar camino por Venezuela, y no irme de aquí sin visitar Chichiriviche y el Parque Nacional de Morrocoy
El problema es que en muy pocos sitios se puede pagar con tarjeta internacional, y es muy difícil conseguir dólares en efectivo. Sólo en el mercado negro, y me están pidiendo unas comisiones abusivas, y yo no paso por ahí.
La otra opción que tenía era hacer un envío de dinero desde España, pero para ello tenía que irme de madrugada a hacer fila, hasta que abriese a las 8, para que no se gastase el efectivo que tuvieran en la agencia. Estuve a las 7 en la oficina, y la cola ya le daba la vuelta a la cuadra.
Por suerte, vianney me ha ayudado muchísimo, animándome más todavía y buscando soluciones como una loca, moviendo cielo y tierra. Y desde la posada Da Domenico en Coro, Domingo y Nelida me han apoyado, y dado tranquilidad con las charlas viajeras de su hijo Carlos, otro grandísimo viajero al que me quedé con las ganas de conocer en Venezuela. Ellos ni se imaginan lo agradecido que les estoy a los 3.
Las opciones se me van acabando, pero seguimos buscando alternativas sin rendirnos, porque quiero continuar viajando por este país y no irme de esta forma tan fea y dura.
A la mañana siguiente, mientras desayunábamos, Vianney recibió un audio con unas condiciones, que a pesar de no eran las idóneas, no estaban mal del todo, las veía bien y las terminé aceptando.

Estaba contento porque por fin parecía q todo esto se acababa y podría seguir viajando, pero no me quedaba tranquilo hasta que no tuviera la plata en la mano.
Y q paso???? al rato, estando esperando un carro, Vianney recibió otro audio donde le decía que me duplicaban la comisión.
Ya está, cuando escuche a Vianney decir esas palabras, me vine abajo. Se acabo, no podía más. Un sentimiento de rabia y tristeza me llenó porque no podía creerme que este viaje terminase de esta forma tan fea. Desgraciadamente es la dura realidad del país.
Pero bueno, yo creo que todo en esta vida ocurre por algo. Intente en 3 ocasiones buscar solución, y en ninguna la encontré.
Yo creo que está claro, la vida me estaba diciendo que era hora de abandonar Venezuela y continuar viaje.
Y dicho y hecho, 4 horas después ya estaba montado en un autobús camino de la frontera.
Me iba con un pellizco en el estómago, pero con la satisfacción plena por haber conocido un país precioso, y a una gente maravillosa a los que siempre llevaré en el corazón.