Uzbekistán

Samarcanda

Tras un breve paso por la caótica y estresante Tashkent, me subo a un tren que me llevaría a cumplir uno de mis sueños de niño. Iba rumbo a una de las ciudades más legendarias y mágicas de la Ruta de la Seda: la antigua Samarkanda

Nada mas  bajar  del tren ya sentí todo esa mezcla q tanto me activa, me gusta y  me dice q estoy en el sitio correcto…. mucha gente, mucho ruido, polvo y taxistas q tratan en embelesarte con sus precios locos.

 Lo bueno de Uzbekistán es que se llega a todo lados en transporte público, y así fue. Nada más salir de ese enjambre de personas q era la estación, me pongo a bastonear sin dirección hasta q un señor me reubica y me pone en la dirección correcta para uno de esos buses que van al centro. Me subo en uno de esos antiguos, pero duros, autobuses soviéticos atestados de uzbecos, sin saber donde me tenia q bajar y sin saber ni una palabra de ruso, pero nuevamente, todo salió bien.

No fue fácil encontrar mi alojamiento entre esas laberínticas callejuelas que forman el antiguo barrio judío, pero tras dejar mi mochila, y ubicarse en la zona … Era hora de que empezara lo bueno.

Camine sin rumbo siguiendo esos minaretes que marcaban mi camino a través de callejuelas de tierra, esquivando coches, hasta llegar a una avenida grande y peatonal llena de transeúntes, viajeros y carros de comida. Cuando me quise dar cuentos, parecía que me había trasladado en el tiempo 2.700 años atrás en un mar azul de azulejos formando mezquitas y madrasas, cúpulas que brillan en el horizonte de esa ciudad mágica que es Samarcanda. Una ciudad que durante siglos fue el cruce de caminos de conquistadores, y ahora son los viajeros los que llegan allí maravillados por su esplendor.

y en ese momento fue cuando empezó a resonar en mi cabeza, aquella frase q dijo Alejandro Magno cuando atravesó sus puertas por primera vez: “Todo lo que he oído sobre Samarcanda es cierto, salvo que es más bella de lo que esperaba”…. Totalmente de acuerdo con sus palabras, pero aun Uzbekistan me guardaba muchas sorpresas….

La primera fue que todo estaba cerca, podía llegar facilente caminando sin tener que cruzar carreteras jugándome el pellejo. El  centro monumental era prácticamente peatonal, y eso hacía que mi mente volase libremente mientras mi bastón me abría camino y me avisaba de escalones que aparecían por sorpresa.

la segunda sorpresa me vino nada mas empezar recorrer las calles. Los uzbekos y uzbecas son personas muy amables y simpáticas, que buscan cualquier excusa para parar al extranjero y ponerse a hablar con él, y eso fue lo que me pasó, en todos los rincones sentía ese calor. La amabilidad y la curiosidad por mi bastón hacia que cada dos por tres me parecen a hablar o a invitarme a un te, y yo encantadísimo de hablar con todos, explicar lo que fuera posible y tomarme fotos con ellos, hasta con los recién casados que iban allá a hacerse sus fotos de novios.

Pero bueno, el primer día me centré en recorrer de arriba a abajo todo el complejo monumental. Y allí estaba esa plaza que tanto veía en fotos y tan inalcanzable creía que era para mi, pero en el mundo de los viajes nada imposible, y ante mi tenia la Plaza del Ragestan.

Nada mas llegar a ella me puse delante, y la empecé a admirar mientras intentaba disimular tanta emoción. Tenía ante mí uno de esos lugares especiales para mi. Un enorme espacio rodeado por tres imponentes madrasas con pórticos de una belleza majestuosa, minaretes que tocan el cielo y cúpulas azul turquesa que me dejaron sin aliento…. Un escenario único en mi vida.

Después de mirar y remirar la plaza desde mi particular paraíso, decidí entrar y empezar a recorrer cada rincón de las madrasas, sus patios, sobornar al guardia para que me dejara subir al minarete y contemplar Samarcanda desde las alturas, y lo mejor, sentarme en uno de los fríos bancos de piedra de la Plaza del Ragestan a contemplar su belleza, cerrar los ojos y recordar cómo sería la vida allí durante el máximo esplendor de Ruta de la Seda.

Para mi estar allí sentado no era perder el tiempo, era el momento y el lugar perfecto para volar con la mente y  compartir intentos de conversación que terminaban entre carcajadas y fotografías.

Pero Samarcanda no es solo la Plaza del Ragestan, Samarcanda es mucho mas. El mausoleo de Gur e Mir, la inmensa necrópolis de Shah-I-Zinda, la mezquita de Khanum y su bazar lleno de vendedores.

Cada rincón de esta ciudad es único. Tiene belleza, evoca algo místico y tiene un sentimiento especial, que junto a su luz, hace que Samarcanda sea pura poesía.

Bujará

Bujará, mi segunda parada en la Ruta de Seda.

Todo empezó a las 4 de la madrugada en la estación de trenes de Samarcanda. Mi tren que salía hacia Bujara estaba esperándome en la penumbra mientras los últimos viajeros subíamos. Nada más entrar, una tremenda oscuridad me rodea sólo rota por la linternita del revisor, y una bofetada de olor a humanidad mezclada con comida, se me metió hasta mis adentros dándome la bienvenida al tren. En pleno oscuridad el revisor me indica que mi litera es la de arriba y que yo debo de entrar por esa pequeña obertura, sin pisar a mi vecino de abajo, el cual nada mas yo estar en mi litera, me ofreció un vaso de vodka, y lo acepte. Bienvenido a un vagón de tercera clase de un antiguo tren soviético.

Nuevamente tenía en mi esa sensación de que Bujara me iba a gustar, y ya voy conociendo mi instinto para saber que el no se equivoca. Ya había ganas de recorrer esa ciudad que pocos conocer ahora, pero que todos desean antes.

Si Samarcanda me sorprendió por su majestuosidad y grandeza, Bujará me engatusó con su pequeño centro histórico amurallado y por sus callejuelas empedradas, medio laberínticas, que desembocan en  plazas con vida propia, donde la gente se sienta a pasar las horas bajo la sombra de las morenas a arreglar el país, tarea imposible, pero bueno…

 Es fácil perder la noción del tiempo en Bujará entre tantos edificios bonitos, y dejar a mi mente libre para que  sobrevolase en una alfombra mágica sus cúpulas y minaretes, y a soñar con las mil y una noches.

Bujará o Bukhara,como la quieras llamar, esta lleno de belleza y con un encanto muy especial. Fue un amor a primera vista..

Lo mejor de llegar a un sitio sin saber lo que me iba a encontrar, es que todo me iba sorprender, pero lo que no sabía es que buscando un restaurante donde comer,  una imagen  se me marcaria fuego en mi retina, fue la pequeña pero increíble Poi Kalon, con su minarete, el más grande y majestuoso del país. Por si no lo sabéis, su altura y su gran belleza hizo que se salvara de la destrucción total a la que Gengis Khan sometió a la ciudad…

También hay una madraza que no es una tienda de souvenirs, donde pasé una buen rato de charla con sus estudiantes, y viendo como jugaban al ping pong en su interior.  Y en el otro lado de la plaza hay una mezquita tan grandiosa que cuando ves su interior te quedas sin aliento.

Hay tanto por ver y sentir en Bujará, que me faltarían días y post para describirlo, pero al igual que en Samarcanda y Tashkent, lo que más me marcó fue una cosa, su gente, porque son ellos los que hacen grande a este país,

Jiva

Desierto, una ciudad amurallada, casas de adobe, minaretes, mezquitas…. Os suena de algo??

Pues si, sigo por la Ruta de la Seda.

Jiva es una de esas ciudades que más se me ha grabado en mi memoria. Su color ocre y sus atardeceres son brutales.

Por aquí paraban a descansar las caravanas que iban y venían de China. Posteriormente, fue hogar de nómadas y bandidos, y hoy en día, sus murallas acogen a vendedores de souvenirs y turistas, algo que para mi hace que pierda ese encanto mágico que tienen sus paredes.

Cuando atravesé la puerta de entrada a Khiva, lo primero que sentí fue que seguía soñando,  y que por alguna esquina, iba a  aparece Ali Baba por ahí correteando, y no, no fue él, fue un vendedor ofreciéndome un imán a precio de oro.

Caminar y bastonear el tranquilo centro histórico se convirtió en uno de mis pasatiempos favoritos, y encima, con la tranquilidad de no morir atropellado por un conductor loco.

Por esa tranquilidad decidí caminar sin rumbo entre sus estrechas calles y dejarme llevar por mi instinto, solos mi bastón y yo. Cada dos o tres metros me topaba con algo que ver y algo con lo que dejar que mi mente volase libremente, tal y como lleva haciendo desde que aterrice en este rincón del mundo.

Y si debo de hablar de algún momento mágico, te diría que todos los días tenía uno, pero los mejores venían al final del día. Después de estar desde el amanecer  para arriba y para abajo, tocaba subirme a lo alto de la muralla o irme para la azotea del “Terrassa” a por una cerveza bien fría mientras el guionista de este viaje hacia su magia.

El sol empezó a esconderse tras sus muros. Jiva empezó a cambiar su color y pasó de un amarillo como su desierto, a un rojizo especial. Sus paredes transmitían calidez, tranquilidad y hacia qué me volviera majareta perdío

Con este atardecer termino mi viaje por la Ruta de la Seda, pero no me despido de este país. Aún me queda mucho Uzbekistán que bastonear.

Mar de Aral

Y no me podía ir de Uzbekistan sin conocer de primera mano lo que ocurrió aquí hace 60 años, y el que ha sido el mayor desastre ecológico de la humanidad, después de Chernobyl.

Para llegar hasta allí, primero tienes que llegar Nukus, que es la capital de la Republica Autonoma de Karakalpastan, a unas horas en coche al norte de Khiva, y de allí continuar un poco mas hasta Moynac, y allí fue donde comenzó todo.

El Mar de Aral muere de sed. Donde antes había agua, ahora solo hay arena.

El que era el cuarto lago más grande del mundo va camino a su desaparición. Es considerado uno de los mayores desastres medioambientales provocados por el ser humano…

Sabes lo que ocurrió???… te cuento…

En los años 60, los ingenieros de la antigua URSS decidieron desviar  el cauce de los ríos que lo alimentaba para poder regar las secas tierras de la zona, con el único fin de cultivar enormes campos de algodón.

Eso provocó que en pocos años se perdiera gran parte de su caudal, y a día de hoy solo queda un 10% de su capacidad original, y lo que es peor, se espera que en no más de 5 años, el Mar de Aral desaparezca y se convierta en un inmenso desierto de arena.

Es triste llegar a Moynaq, el antiguo puerto pesquero, donde antes había mucha vida comercial,  alzar la vista, y solo ver por un lado un pueblo medio ruinoso, y por otro lado, ver solo  arena y los esqueletos de antiguos barcos pesqueros varados en la arena como único recuerdo de esta tragedia.

Es triste ver con tus propios ojos lo que ocurrió. Sentir el salitre en tu cara y solo ver tierra.

Desde mi opinión, esta gran tragedia debería de ser conocida por todos para que aprendamos de los errores, y no se vuelvan a cometer cosas parecidas….Aunque me da a mi la impresión de que el ser humano no tiene remedio

Valle de Ferganá

Si a día de hoy me preguntáis que parte del país me llevo mejor recuerdo, sin dudarlo, os diría que aquí es donde puedo decir que he conocido a la auténtica y más conservadora Uzbekistan. A esa que está lejos de las rutas turísticas y que aún mantiene intactas toda su idiosincrasia y sus costumbres. esta muy lejos de ser la mas bonita, pero en su autenticidad esta su belleza.

EL valle de Fergana es un país dentro de otro, ya que la mayoría de sus habitantes son de Tayikistán y Kirguistán, que quedaron dentro de un país que no era el suyo, por lo que desde hace muchos años, la zona ha sufrido muchos conflictos nacionales e internacionales, por eso es muy poco visitada por los viajeros,

De hecho los pocos viajeros que me encontré allí, eran personas que preferían pasar un rato con los locales, y conocer su cultura, a visitar zonas turísticas. Y este fue el motivo por el que pase tres días en el Valle de Fergana, quería conocer una región  auténtica y llena de valores, donde me sorprendió la extremada amabilidad de sus habitantes

Para llegar allí desde Jiva tenía dos opciones. La primera era un vuelo, vía Taskent,  hasta Fergana. Y la otra era atravesar el país de punta a punta de nuevo en un vagón de tercera clase de un antiguo tren soviético, que tardaba como media 14 horas.

ya os imagináis la opción que yo elegí. De vuelta al tren y preparado para vivir una experiencia que jamás olvidaré, porque sin duda alguna, viajar en tren es la mejor forma de conocer a personas locales y compartir experiencias con otros viajeros.

Los vagones sin compartimentos se convierten en lugares de convivencia, donde no era necesario hablar el mismo idioma, y donde constantemente me llegaba alguna invitación para que compartiera su almuerzo o cena con ellos. y ya ni os hablo del vagón restaurante, ese mágico lugar donde la cerveza y el vodka corría a cualquier hora, y que hizo que esa noche durmiera como un niño chico.

Ya en El Valle, monté mi base de operaciones en la ciudad de Fergana a pesar de que allí hay muy poquito que hacer, pero es un lugar tranquilo, limpio y muy bien comunicada con todo lo que quería visitar,

Margilan, era la antigua capital del valle antes de que Fergana se fundase a finales del siglo pasado. Es una de esas ciudades donde un caos controlado  impera a sus anchas, y donde se respira un mayor nivel de religiosidad.

La ciudad está inundada de cafeterías que llenan las aceras con sus mesas y sillas, y comparten espacio con todos los puestecitos de comida callejera que había por allí, y que perfectamente te podías llevar a tu mesa.

Eso si, os digo ya que bastonear Margilan fue un reto, tanto por la cantidad de personas, como el caótico e imposible tráfico, y esas irregulares aceras.

Margilan es una de esas ciudades que respira vida y bullicio las 24 horas del día. Me sentaba en un banco, y era una marea constante de personas que pasaban ante mi. El motivo de ello es sencillo, Margilan es el mayor centro de producción de seda del país. Allí se fabrica todos los productos de seda que se reparten por el país y por el extranjero

En Kokand, la cosa ya era bien distinta, parecía otro mundo. Es una ciudad mucho mas tranquila, donde se ve la belleza de sus mezquitas y palacios dentro de un orden y limpieza que me sorprendió muchísimo.

Quizás sea ese ritmo mas tranquilo que tiene Kokand, pero era fácil sentir el calor de la gente, y que los jóvenes se me ofrecieran a hacerme de guías turísticos, por el simple hecho de practicar inglés, y esa era la mejor forma de hacer amigos.

Y cuando os digo que en esta región  la hospitalidad es fuera de lo normal, me quedo corto. En el taxi compartido que me llevaba de vuelta a Tashkent, conocí a Serge, un comerciante de Maryland que vivía en la capital del país junto a su familia, que tras una breve conversación no dudo en invitarme a su casa a almorzar junto a su familia, y conocer la verdadera hospitalidad uzbeka.

Si ya este pais me había vuelto loco, este último detalle hizo que me volviera a casa con una sonrisa y una satisfacción tremenda por todo lo que había aprendido.

GRACIAS UZBEKISTAN

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