Tailandia

Marzo 2015, justo dos años desde que empezase a ver la vida de una forma distinta, más borrosa y aún con algo de incertidumbre al no saber cómo me iba a poder defender.

Fue una locura, nervios por querer viajar y dudas por mi nueva situación. Necesitaba aclararme y ya. Opte por la vía rápida, radical y sin pensarlo dos veces me compre un billete de avión a Bangkok, y lo único que sabía era que estaría un mes viajando por el país de las sonrisas, y que sólo tenía reservado una noche en un hostel barato de Kaosan Road, lo demás, pura aventura y nervios.

Así fue como empezó ese viaje, el primero de muchos, con la ilusión de conocer un gran país pero con la incógnita de saber si iba a ser capaz de valerme por mi mismo y de regresar a casa de una pieza ….

Y allí que me fui, solo, con mi mochila y … con dos cojones y un bastón.

.

Que empiece el espectáculo….

Bangkok, esa ciudad que nunca duerme, que vive en la calle, te Impacta, te llena y se te hace interminable, como toda nueva experiencia, y para mi todo era nuevo.

Después de un largo vuelo, sufrir la humedad extrema, atravesar en un taxi cualquiera una autopista cualquiera, llegamos a una calle cualquiera de la capital, y es cuando todo cambia y empiezo a sentir el Bangkok de verdad…. Esas calles llenas de vida, historia, cultura, y como no, con un tráfico caótico.

Era solo el comienzo, nada más soltar la mochila en el hostel y salir a la calle, empecé a sentirlo y a sufrirlo.

El olor maravilloso y penetrante a especies, a picante, a hierbas, a fruta que se respiraba por sus calles era brutal, pero todo ello mezclado con su constante contaminación hacia que me picase un poco la garganta. A pesar de ello, Bangkok es una ciudad que te entra por el olfato y te abre los sentidos.

Entonces, ya preparado, desplegué mi baston, empecé a caminar sin rumbo, dejándome llevar por el vertiginoso ritmo de su urbe, sus peatones y sus cocineros de calle….

Se abría un nuevo mundo ante mis sentidos.

Siempre he dicho que caminar pasa a ser la mejor manera de vivir la ciudad, comprenderla y sentir sus sensaciones. Y a la vez, divertida. Si, reconozco mi punto masoca.

Le pongo rumbo al primer destino y casi obligatorio, que hay en la ciudad, que es el Gran Palacio Real y el conjunto de templos que hay por esa zona. Y para visitarlo, tocaba madrugar para evitar el calor y, sobre todo, las hordas de turistas que visitan el complejo.

En lugar de regatear por un Tuk Tuk, aprovechando que todavía era bien temprano y el calor aún no me machacaba, decido hacer el trayecto a pie, que según me dijeron en el hostel era media horita andando.

Según mi querido google Maps, efectivamente eran 42 minutos a pie, pero claro, los mapas de Bangkok no son tal cual parecen, cada Thai tiene su camino, y google no siempre es tu mejor aliado. La cosa promete.

A veces una calle en realidad es un laberinto de puestecitos, pero cuando ven mi cara de perdido y mi bastón blanco, siempre hay alguien que se acerca para ayudarme, lo hacen en la calle, en un mercado o estación de autobuses, siempre hay alguien de buen corazón dispuesto a ayudar.

Pero a veces el problema comienza cuando me toca cruzar una calle o una avenida, es una verdadera aventura, diría que incluso algo kamikace.

Una de mis técnicas es esperar que algún local empiece a cruzar y hacerlo junto a él o ella. En otra ocasión, no había ningún peatón con quien cruzar, pero si, debajo de su sombrilla había un policía leyendo el periódico como si el tráfico no fuese con él. No se como lo hizo, pero paró el tráfico Isofacto en ambos sentidos para que pudiera cruzar sin morir en el intento. No sabía si reírme o morirme de la vergüenza.

Y por fin llego el momento de caminar y disfrutar del Gran Palacio Real. Lleno de impresionantes templos, con sus majestuosas cúpulas doradas, todos ellos de una tremenda belleza, que de solo verlo y contemplarlos me transmitían una paz y tranquilidad inmensa, y se me olvidaba de que estaba rodeado de cientos de turistas más.

Fueron cuatro días frenéticos bastoneando Bangkok, de conocer su historia, de un primer contacto con su cultura. Caminar sin rumbo y sin prisas por sus callejuelas estrechas y laberínticas, simplemente dejándome llevar por lo inesperado, era una sensación plena, y poquito a poco iba conociéndome  y aprendiendo mas de los errores que cometía como cualquier novato en esto de viajar sin ver.

Después de todo lo vivido, de ese brutal shock, y con una cerveza bien fría de 650ml de por medio, sientes que son experiencias únicas, agotadoras y con muchas emociones, porque te das cuenta de que estaba logrando hacer aquello que tanto temía y dudaba si era capaz de hacer. Pero sobre todo sentía una gran alegría, por estar haciendo lo que me más gusta y sentir como minuto a minuto me iba conociendo mas a mi mismo y siendo más fuerte mentalmente.

Uno de los errores que había cometido fue llegar a Tailandia con un billete de avión comprado para irme a Krabi, al sur del país. Pensaba que con cuatro días en Bangkok iban a ser suficientes…. Error!! No sabia si quedarme mas tiempo allí o irme ya alguna de esas playas paradisiacas. Decidí subirme al avión. Esta será la primera y ultima vez que organice con antelación un viaje. Pero bueno, le hice caso a mi necesidad suprema de estar tirado debajo de algún cocotero, en una playa solitaria de arena blanca y aguas cristalinas, con la única preocupación de que no me faltara cerveza fría, que para que nos vamos a engañar, también es muy buen plan.

Pues si, aquel día que llegue a Krabi, y tras 40 minutos en un bus local llegué a Ao Nang. Sentí como si la vida me hubiera soltado  como un escupitajo y caído como si fuera un despojo humano sobre esas playas que tanto había visto en fotos desde mi casa en Málaga durante el postoperatorio.

Tras dos años de médicos, varias operaciones, una larga recuperación, muchas tensiones, y cuando crees que ya lo has superado, te das cuenta de que te toca pasar lo más difícil, el “duelo” para aceptar mi nueva condición de sordociego, y lo logré.

Sentía la necesidad vital de no hacer absolutamente nada, y que mi única preocupación durante una semana fuera encontrar playas sin turistas y sin nada que hacer.

Y lo logré nuevamente. Encontré ese rincón, primeramente, a media hora andando hacia el oeste del lugar donde me alojaba en Ao Nang. Una infinita y fina línea de arena blanca y aguas cristalinas en plena costa del Mar de Andaman. Perfecto para esconderse entre las sombras de los cocoteros y pasar el día hasta el momento mágico de la puesta de sol. A partir de ahí, una ducha helada, cenar algo en cualquiera de las cocinas ambulantes y humeantes que invaden la única calle del pueblo, y como no, cervezas y buen reggae hasta que el cuerpo aguantara.

Necesitaba seguir cargando baterías, pero no quería seguir en Ao Nang mas tiempo, quería seguir descubriendo.

Encontré mi otro rincón mágico en una calita casi vacía en la isla de Koh Lanta. Me hice fuerte en una cabaña a escasos metros de la arena del mar, y con un chiringuito en el otro extremo de la playa que cubría todas mis necesidades vitales, si, Pad Thai, pescado y cerveza. Era el lugar perfecto para pasar mi 35 cumpleaños, darme mi merecido homenaje  y seguir cargando pilas.

Durante esos 12 días pude sentir como iba recuperando las fuerzas, la energía y la felicidad. Me daba igual que mi parálisis facial me hiciera parecer al Joker de Batman. Me daba igual perderme mil y una vez o equivocarme con las cosas por ni ver ni oir bien. Me daba igual que la gente me viera caminar con el bastón blanco…. todo me daba igual. Era feliz y punto.

Con el chute de vida que tenia encima, era hora de subirme a otro avión que me llevaría al norte montañoso del país. El destino era Chiang Mai, una de mis ciudades favoritas de Tailandia, caminar entre su amurallado casco antiguo y dejarme llevar por ese bullicio me encantaba, y gracias a eso encontraba rincones encantadores.

Los días que estuve allí los dediqué a caminar y a hablar con las personitas que el destino me ponía por el camino. Se que me perdí de ver cosas muy lindas por la ciudad, pero me apetecía mas ir a mi rollo disfrutando de la comida y de un buen café, que ver templos y turistas.

La ultima parada de este viaje antes de regresar a Bangkok la hice en Chiang Rai, justo en la misma frontera entre Laos y Myanmar. A esta ciudad llegué tras 6 horas en autobús montaña arriba, gracias a que una parejita de mochileros holandeses se apiadara de mi y me acompañara al bus correcto, de lo contrario, a saber donde hubiera terminado.

No se si era por la nube de humo que cubría la ciudad ese día, que creaba un ambiente místico, pero fue bajarme del bus y sentir unas buenas vibraciones tremendas. Volví a acertar.

La ciudad no era gran cosa a primera vista, pero si era lo que yo buscaba, un sitio tranquilo, sin aglomeraciones y con un ambiente muy local. Pero fue adentrarme en ella y empezar descubrir esta joya del norte, que la mayoría de la gente pasa de largo.

Quitando el Templo Blanco ya no había mas que ver, pero para mi, lo mejor fue su mercado nocturno y el del fin de semana. Llegué de casualidad y sin saber que estaba allí, simplemente empecé a escuchar una música fuerte sonando por los altavoces y la seguí. Eso era lo que yo iba buscando. Se nota que a estos tailandeses también le va la marcha. Habían cortado la avenida principal de la ciudad, habían puesto un escenario donde actuaban pequeños grupos de locales y el resto de la calle, la habían llenado de puestecitos de ropa hortera, artesanía local, zumos de fruta, helados y una riquísima gastronomía norteña, que incluía ricos bichos del campo. Estaba en mi paraíso.

Comer insectos era uno de los propósitos de este viaje. Quería saber a que sabían los gusanos y saltamontes fritos que tanto veía a la gente comérselo como si fueran pipas. Nada mas ver un puestecito me fui directo y me pedí un poco de cada… os lo imagináis ya, no?? Pues si terminé repitiendo, y sobre todo, de esos insectos gordos y jugosos del que no me acuerdo el nombre.

Y bueno, como la comida es algo que me pierde, y a veces dejo llevar por mis mas feroces deseos, ocurre lo que ocurre por no ver bien y no preguntar antes.

Pues nada, esa misma noche,  en el Mercado Nocturno, me llamo la atención uno luminoso y bien cargado de todo tipo de suchi y todos con una pinta tremenda.  Me pedí una bandeja bien surtida, que con los bichitos del campo me había quedado con hambre. El Chico del puesto empezó a echar los que le dije, entre ellos había uno de aguacate y salmón…

Pues nada, me siento en una de las mesas que había por ahí́ y veo que en el plato había un puñado bien grande de algo verde, que yo supuse que era aguacate

Empiezo a comer suchi y entre tanto se me antoja un poco de “aguacate”, pues nada, me como un trozo bien grande de “aguacate” y me lo meto enterito en la boca…..

Uno, dos…a los tres segundos empecé a notar un leve picor que me llenaba la boca, después mi garganta….seguidamente mi cara empezó́ a pasar por todos los colores del arco iris, pase de un morenito muy lindo a un morado muy feo con muy mala cara….mu malito q me puse, creedme…

Ese tiempo para mi fue eterno, pero por suerte paso, y después de relajarme con un par de tragos de cerveza me di cuenta de que esa cosa verde que me pusieron junto al suchi no era aguacate…era wasabi picantón nivel Dios.

Ese día aprendí́ que si algo no lo veía bien o no sabia lo que era, o se pregunta o se prueba un un poquito. Definitivamente ese día me pudo la gula

Pero también aprendí otras muchas cosas. Aprendí que con el resto visual y auditivo que tengo puedo seguir llevando una vida lo mas normal posible. Aprendí a ser independiente, a arreglármelas por mi mismo y a solucionar los problemas que me iban surgiendo en el día a día. Aprendí que aun me queda mucho por seguir aprendiendo y que estaba lleno de ilusión por afrontarme a ello, y a todos los sustos que me surgiesen.

Este viaje hizo quitarme todas las dudas y miedos que tenía. Hizo abrirme los ojos a una nueva vida. Soy otro Felipon lleno de ilusión, positividad, alegría, con unas ganas tremendas de comerme el mundo y sobre todo, me siento el hombre mas feliz del mundo por poder hacer lo que mas me gusta: VIAJAR

Compartir:

Te puede interesar

Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.

Cookies estrictamente necesarias

Las cookies estrictamente necesarias tiene que activarse siempre para que podamos guardar tus preferencias de ajustes de cookies.

Cookies de terceros

Esta web utiliza Google Analytics para recopilar información anónima tal como el número de visitantes del sitio, o las páginas más populares.

Dejar esta cookie activa nos permite mejorar nuestra web.